En los claustros están las esperanzas
De León descubrió por ejemplo,
que estas construcciones habían empezado a mutar de celdas a casas desde el
momento en que las monjas decidieron abandonar el refectorio y tomar los
alimentos en sus ambientes propios. Y es que la actitud no era de extrañar tomando
en consideración todo el séquito de mujeres laicas que habían ingresado a la
clausura con la religiosa principal y que de alguna u otra manera dependían de
ella y no de la administración del convento. Debía pues alimentarlas y la única
manera de hacerlo era preparando la comida
al interior de la celda. Aparecerían así
las cocinas, los fogones y los hornos de humeante combustión con el
espacio propicio para este trabajo y con la anexión de un patio intermedio para
el desfogue. De allí a que la monja también se alimente de esta pitanza y
abandone el refectorio general había solo un paso.