Hasta las primeras décadas
del siglo XX tanto las medinas de Tetuán como la de Chefchaouen tenían el
carácter de “prohibidas”. Quien no profesaba el islam o no fuese parte de la
cultura germinada al interior del mundo árabe o bereber, se jugaba la vida si
decidía traspasar cualquiera de las puertas de las murallas que hasta el día de
hoy rodea estos típicos barrios en el norte de Marruecos.
Este carácter hermético, mantenido
hasta no hace muchos años, ha permitido mantener las estructuras y costumbres más
rancias de estos grupos humanos que tras la expulsión definitiva del antiguo
territorio de la península ibérica conocido como al-Ándalus en el siglo XV,
decidieron seguir siendo fieles a sus costumbres y creencias, migrando al
África con el afán de reiniciar sus vidas replicando, en parte, lo que habían
perdido y transmitiendo su particular forma de entender el mundo de generación
a generación.