lunes, 14 de noviembre de 2016

VERNÁCULO

VERNÁCULO

“Los mortales habitan en la medida en que reciben el cielo como cielo;
 en la medida en que dejan al sol y a la luna seguir su viaje, 
a las estrellas su ruta, a las estaciones del año su bendición y su injuria; 
en la medida que no convierten la noche en día, 
ni hacen del día una carrera sin reposo”. 
Martin Heidegger

Liberada de la tiranía de las voluntades individuales, la producción vernácula se despliega libre de cualquier prejuicio. Renovada con base a incuestionables formas de hacer, cimienta sus certezas en la repetición más que en las ideas acordadas con el número, y así, es capaz de satisfacer a pobladores complacidos en encontrar cabal coincidencia entre sus necesidades y los objetos ofrecidos, los cuales a la vez que formalizan su entorno lo sacian y lo complementan.

Casas en la medina de Chefchaouen, Marruecos

Suele afirmarse que la producción vernácula basa su eficiencia en la reiteración de formas comprobadas como buenas para una determinada demanda, sin embargo, son más los procesos que las formas los que garantizan su continuidad. Son los procesos los que se aprenden y transmiten al interior de una cultura, la cual a través de unos cuantos maestros sensibiliza las manos del aprendiz, el cual a la vez que perfecciona sus movimientos de tanto reiterarlos los limita para no salirse del camino internalizado como correcto, dando entonces resultados nunca iguales pero siempre parecidos.

Entre la diversidad de objetos producidos bajo la ley de la cultura popular resulta difícil reconocer límites y  clasificarlos. Muebles, utensilios, ornamentos, e incluso la misma arquitectura parecieran estar dotados de similar esencia, lo que genera atmósferas coherentes cuyo origen se asienta tanto en una misma materialidad como en la inteligencia común que los formalizó.
Casa en medina marroquí
La producción popular, y en especial la arquitectura, prestan especial atención a las leyes de advenimiento con las que la naturaleza manifiesta su orden basado en ciclos reiterativos de diferente duración. Si bien estos  son universales es la intensidad del fenómeno lo que difiere en cada región. Así, los techos definen ángulos, los muros aperturas y grosores, los pisos niveles, y los hombres más apaciguados esperan en su interior el advenimiento de los previsible.

A partir de esta perspectiva la arquitectura deja de ser solamente cobijo, pues en esa materialización según las leyes de advenimiento se convierte también en tamiz de los fenómenos, los cuales se cuelan por las ranuras imperfectas de las construcciones o por las justas horadaciones ensayadas en muros y techos. El habitante entrenado puede seguramente advertir, a través de la arquitectura que se modifica por los fenómenos, el pasar de las horas, los cambios estacionales, o hasta el advenimiento de una tormenta. La casa entera es un gran reloj habitado y un oráculo también.



Taller del artesano en la medina de Tetuán
Esta arquitectura apacigua, pero también abraza. Abraza desde su capacidad sensorial, erótica. Abraza porque su escala y materialidad acorta distancias, y desde allí lo visual pierde relevancia, ganándola por ejemplo los olores; los de la tierra, la madera, el humo del horno a leña o inclusive la humedad del abandono. Pero también suena, no sólo desde los ruidos que suceden por la interacción con nuestros pasos y voces, suena por sí misma; suena por el esfuerzo de sus componentes, desde la viga de madera que de tanto soportar un techo nos susurra su fatiga, o desde el viento que penetrando por rendijas se transforma en sonido y silva más de una tonada. 

Detalle de cocina en celda del Monasterio de Santa Catalina de Arequipa
Debe ser por todo ello, que el habitante más que encontrarla objeto inerte le asigna un estatus vital, y  tal como menciona Heidegger las relaciones que establece con ella son más de cuidado que de mantenimiento. Respeta la soberanía que el tiempo le ha otorgado y respeta también  su capacidad de ligar los fenómenos y otorgarles coherencia. Aunque él lo haya olvidado la casa le recuerda la fidelidad que la naturaleza guarda con su propia ley.

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