martes, 28 de mayo de 2019

Principios en la vida y obra de Chalo Olivares



Cada vez que Chalo me regaló una conversación sentí luego la sensación de una oportunidad perdida. No haber sido capaz de hacerle la pregunta justa que me permitiese develar los cimientos en los cuales se apoyaba su contundente obra me produjo siempre el efecto de un intento fallido. No es que a Chalo no le gustase conversar, pero poseía la encantadora habilidad de llevarte por los territorios de sus recuerdos vividos y de esquivar los temas  de los libros o teorías que podían haberle sido de utilidad.

El rigor proyectual impartido en los talleres de la Escuela Nacional de Ingenieros, el correcto uso de los principios fundacionales de la modernidad, así como una sensibilidad innata le fueron suficientes para encadenar en sus obras sus recuerdos atávicos casi siempre sucedidos en un entorno con tanta personalidad como el de su Arequipa. Me contaba, por ejemplo, que una de las obras con las que se sentía más complacido era la del colegio Prescott. Esa  escala tan amable que poseen sus aulas surgió de su voluntad de no generar en los niños el trauma que vivió él cuando lo cambiaron de colegio y se encontró  el primer día de clases con el gigantesco pabellón de “La Salle” en lugar de los amables claustros por donde había deambulado cuando estaba en “El San Francisco”.

Con esa extrema modestia, admirable sobre todo al interior de un gremio en donde está virtud no es precisamente moneda corriente, contaba que cuando obtenía altas calificaciones en el curso de proyectos arquitectónicos en la ENI  era solo por el estímulo que le despertaba el poder venir lo antes posible a Arequipa y ver a su enamorada Carmen, quien sería luego la compañera de toda su vida. Más que tomar partido por las posiciones radicales que se vivían al interior de la escuela de arquitectura con la irrupción de la agrupación “Espacio” en contra de la arquitectura “neocolonial”,  Chalo extrajo lo mejor del espíritu sus maestros que luego se convirtieron en sus amigos: Fernando Belaunde, Luis Dorich o Santiago Agurto, con quien solía tomar café después de clases, le enseñaron, con su vida, la pasión por las cosas bien hechas

En una entrevista que le hicimos con el arquitecto Lucho Calatayud, queríamos explorar su etapa estadounidense y su paso por el SOM (Skidmore, Owings and Merrill) en esos años en que la influencia de Mies bullía por Chicago. “Con eso del menos es más y el uso de los materiales sin pintar me hicieron perder el color, tocayo” me dijo “algo que es importantísimo para la arquitectura y que me tomó mucho tiempo volver a encontrar”. Sin el más mínimo rubor el arquitecto nos confesó que renunció a la prestigiosa firma porque quería irse a veranear a Mejía y cambiar el frío norteamericano por esa playa del sur peruano que tanto quiso. Me queda claro ahora que Chalo siempre priorizó lo afectivo a cualquier decisión profesional.

Asentado ya en Arequipa su rol fue preponderante en la reconstrucción de la ciudad luego de los terremotos sucedidos en los años 58 y 60. A partir de allí fundó junto con el abogado Juan Villa Calvo y el Ingeniero Eduardo Bedoya Forga la firma INARA, compañía con la que hizo obras tan relevantes como la restauración del Monasterio de Santa Catalina. No formado en el campo de la restauración tuvo la sensibilidad de hacer una obra correcta para una época en la que los principios patrimoniales no estaban todavía claros, haciéndose también asesorar por el arquitecto Víctor Pimentel, uno de los firmantes de la carta de Venecia.

Chalo tuvo diferentes socios a lo largo de su carrera, pero con quienes seguramente más trabajó fue con los arquitectos Luis Felipe Calle y Pedro López de Romaña, pero su labor como arquitecto no se restringió solo al ámbito proyectual. Fue miembro fundador y decano de la Regional del Colegio de Arquitectos del Perú, presidente de la superintendencia del centro histórico de Arequipa en la época de la declaratoria de Arequipa como patrimonio de la humanidad, y luego asiduo miembro de esta superintendencia hasta que el cuerpo se lo permitió. Y es que Chalo, desde sus afectos por Arequipa, y desde su vasta experiencia era dueño del juicio certero de lo que debía ser el futuro de la ciudad, enmascarando su lucidez con la frase “Si yo se esto es porque soy viejo no por otra cosa”.

Ahora, que Chalo ha trascendido su cuerpo y desde la añoranza de su presencia física entre nosotros me doy  recién cuenta que los principios de su obra no se encuentran en ningún libro ni teoría, pues estos son extraídos y coinciden con los que rigieron su propia vida; es decir:

Los de esa generación de arequipeños orgullosos de su ciudad y que sienten como obligación continuar la tradición y decencia de sus ancestros.

Los de la sinceridad del acto constructivo propio de la arquitectura colonial que le sirvió de telón de fondo durante su infancia y juventud.

Los de una cultura del proyecto aprendida en la ENI que le permitió transitar con el mismo rigor desde las escalas urbanas hasta el detalle arquitectónico.

Y finalmente los principios de moral, ética y don de gentes que compartió con su amigo y maestro Fernando Belaunde con el que participa ahora del tiempo eterno.

Tu Arequipa te va a extrañar Maestro.

                                                                        Gonzalo Ríos 

2 comentarios:

  1. Justo homenaje a quien debemos muchas enseñanzas de su experiencia de vida. Un hombre ejemplar que deja una importante obra producto de un certero juicio de lo que debería ser Arequipa y su arquitectura. Agradecidos al arquitecto Olivares por todo lo que nos deja. Gracias Gonzalo Ríos por esas sentidas palabras, a las que, muy humildemente, nos aunamos.

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  2. Estimado Gonzalo, muy interesante la descripción y retrato literario de nuestro colega Olivares quien ha demostrado ser uno de los Arquitectos más importantes de nuestro país.

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