No tendría que caber duda, si queremos hablar de buena arquitectura debiéramos remitirnos a aquellos edificios capaces de dar satisfactoria respuesta a las necesidades de hábitat tanto de orden físico, mental y espiritual que un grupo humano reclama, entrando en sintonía con su medio y en sincronía con su tiempo. Queriendo ser consecuente con este pensamiento ¿Qué cabría opinar de un pueblo que aparenta ser del medievo toscano pero que fue construido en la segunda mitad del siglo XX emplazado en una isla caribeña?
Una cantera de piedra coralina
proporcionará el principal material para la construcción del Pueblo “ Altos de
Chavón”
Fotos: Gonzalo Ríos
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El barrenado de una cantera de piedra coralina que interrumpía el trazo de una nueva carretera de la República Dominicana proporcionó un interesante ripio que sirvió como detonante para que al visionario magnate Charles Bludhorn se le ocurriera construir una pequeña villa historicista en la cota más alta de Casa de Campo, un conjunto inmobiliario que el empresario venía desarrollando para vender terrenos y casas a millonarios de todo el orbe deseosos de poseer una propiedad en un lugar paradisíaco como lo es la República Dominicana.
Sin embargo el proyecto de Bludhorn
no terminaba de consolidarse. Si bien algunos ricos habían ya adquirido solares
y construían sus mansiones en la isla caribeña,
la belleza natural de La República Dominicana no era lo suficientemente
conocida como para generar el impacto global
que Charles Buldhorn deseaba; pero éste no era un empresario cualquiera,
dentro de los muchos negocios y cargos ejercidos estaba nada menos que el de presidente de la
Paramount Pictures, dominando a la perfección el arte de la fantasía la ilusión
y el embuste, bastante útil si de la captura de un público hedonista, ansioso
del placer fácil, se trata. Nacería así la idea de pueblo italiano como
complemento perfecto del glamour occidental que el medio natural dominicano no
era capaz de aportar, tenía los recursos a la mano y nadie podría impedir su
cometido.
El primero convocado al inusitado
proyecto de Bludhorn fue el diseñador Roberto Coppa. El magnate conocía bien al
italiano que había trabajado como escenógrafo en varias películas de la
Paramount. Luego se unió al proyecto José Antonio Cano, arquitecto dominicano formado
en Europa que paradójicamente introdujo el modernismo a la isla. Ellos dos
junto con un inmenso grupo de constructores y artesanos dominicanos que
guardaban en su formación los saberes y tradiciones heredadas de la colonia,
emprenderían el reto de transformar 17 hectáreas de bosque ubicadas a lo largo
de la barranca superior del río Chavón en un pueblo de la toscana italiana con
ruinas romanas incluidas.
La amabilidad de los espacios y de las
formas hacen olvidar cualquier referente histórico, invitando únicamente al
solaz del eventual espectador.
Fotos: Gonzalo Ríos
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Ante tales antecedentes y desde una perspectiva actual medianamente purista, cualquier visitante iniciado no debería esperar encontrar en Altos de Chavón más placer que el que puede otorgarle la fugaz impresión de ver por vez primera el Castillo de la cenicienta en Disney World, sin embargo por ciertos motivos que quiero explicar, el común de los visitantes, en donde me incluyo, termina por abandonar cualquier remilgo académico y se terminan solazando en esa especie de villa encantada en donde ya poco importan los referentes históricos ante la amabilidad de los espacios y las formas.
Caminar por sus empedradas
calles, detenerse cuando estas se dilatan y se convierten en plazas, sentarse
en su anfiteatro de emplazamiento perfecto y de geometría romana, apoyarse en
la baranda de una construcción que balconea hacia el valle del río Chavón
sentir la textura de la piedra coralina, de las terracotas y de los otros
mampuestos que encajan entre ellos de una forma tan simple como perfecta
resultan experiencias que más que cuestionar sólo dan ganas de agradecer y
disfrutar.
Una vez superado el trance creo
encontrar el secreto en el correcto uso de los patrones. Ignoro si Coppa o Cano
conocían la teoría de Christopher Alexander desarrollada en su libro coetáneo
con el momento en que se construía la villa pero en todo caso el diseño es una
puesta en práctica de lo que postulaba el arquitecto austriaco: Reconocer un
problema de diseño, recurrir a una solución de comprobada eficacia y darle el carácter particular que el contexto
demanda. Esta operación hecha desde el planteamiento urbano hasta el detalle de
un vano puede otorgar una coherencia al conjunto. Y es que Altos de Chavón no se inventa nada, es tal vez por eso que nos
sentimos tan familiarizados como a gusto cuando entramos a una casa organizada
en torno a un patio con arcadas, cuando la textura rocosa del piso des-acompasa
nuestro andar y empieza a crecer musgo entre sus imperfecciones, cuando podemos
reposar en el alfeizar de una ventana horadada en un grueso muro o cuando vemos
descansar mansamente a una dovela sobre un supuesto muro de carga. No necesitamos
haber estado en un pueblito italiano para reconocer los referentes, es
suficiente recurrir a nuestra memoria de vivencias arquitectónicas detectando
el lugar y el momento en donde nos hemos sentido amablemente cobijados en cuerpo
y alma.
En la arquitectura como en otras artes una
mentira bien contada suele ser más interesante que una verdad mal dicha. Fotos: Gonzalo Ríos
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Un ejemplo como Altos de Chavón puede dejar muchos
cuestionamientos y temas para replantear, pero a mí me dejó la certeza que en
la arquitectura como en otras artes una mentira bien contada suele ser más
interesante que una verdad mal dicha.
¿Y con esto quieres decir que te parece bien o que no?
ResponderEliminarCreo que en esta parte del texto doy respuesta a tu pregunta "...uno termina por abandonar cualquier remilgo académico y se terminan solazando en esa especie de villa encantada en donde ya poco importan los referentes históricos ante la amabilidad de los espacios y las formas" Gracias por comentar
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