“Es
sabido que no hay una manera estrictamente objetiva de percibir un fenómeno :
con nuestra observación construimos una realidad, inventamos tanto como
describimos la realidad”.
Marina Waisman
Inmersos en
un mundo objetual que se nos da a través de la apariencia, no puede existir
mayor verdad que la proporcionada por el sentido que otorgamos a la suma de fenómenos a través de los cuales el universo se nos revela.
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Edward Hopper. Puesta de sol ferroviaria (1929) |
No resulta
dable la aparición de fenómenos de forma aislada; la condición para su existencia es asirse a
las leyes que rigen el entender humano, dentro de las cuales las referidas al
espacio y al tiempo, o a la concepción que tenemos de estos, resultan fundamentales.
Si nos referimos al espacio existencial, donde los fenómenos aparecen,
podemos decir que es muchas cosas menos vacío, pues es al menos, contenedor de
nuestra presencia. Así mismo, el tiempo está regido por relaciones de
antecedencia y sucesión. Un campo que liga más que aísla, los fenómenos no
pueden darse de forma aislada.
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Edward Hopper. Habitaciones junto al mar (1951) |
Estas ideas
del espacio y del tiempo no son siempre homogéneas. A cada cultura le corresponde unos conceptos que acomodan la estructura a través de la cual sus miembros conciben el mundo, pese a ello el fin último que nos lleva a experimentar los fenómenos es siempre el mismo: alejarnos del caos de lo aleatorio, bien sea como grupo humano cohesionado o bien de manera individual. Así, si nos estamos refiriendo a relaciones personales no hay manera que un fenómeno aparezca siempre de manera objetiva, no podría haberla, no debiera haberla.
La
adaptación de los fenómenos a nuestra
realidad personal y momentánea pasa por conectar estructuras de diferente esencia;
razón, memoria, imaginación, tan comunes para el grupo humano como privativas de
cada ser. El fenómeno queda constituido sólo a través de nosotros mismos,
aparece neutral y necesita completarse. Ese necesario complemento puede quedar
saciado con lo mínimo o puede reclamar lo infinito. Un rayo de sol puede
significar el inicio de la jornada, pero puede también, en ocasiones,
advertirnos de su procedencia cósmica.
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Edward Hopper. Digresión filosófica ( 1959) |
Los
fenómenos son hilos conductores que hilvanan nuestro mundo objetual, el cual
puede requerir de la razón, de la emoción o muchas veces de ambas,
conformándose en la urdimbre del significado útil para la ocasión específica,
remarcando propiedades o reprimiéndolas pero obteniendo finalmente la imagen
justa con la cual hacer frente a la vida.
Pero así como
urdimbres sensitivas y conceptuales que vinculan y ordenan a los fenómenos, está
también la arquitectura como estructura material a través de la cual el mundo se
ordena y se nos presenta. La arquitectura, como arte del espacio y del tiempo,
es moldeada en base a las concepciones culturales de estos elementos, dando como resultado artefactos que son tamices y a la vez vínculos entre el
hombre y los fenómenos.
Caja de
armonías puede resultar la arquitectura a través de la experiencia, en donde es
factible avizorar la unidad entre el mundo y el ser, pues sus límites se
encargan de conjuntar lo disperso y unirnos a través de imágenes inclusivas con
el universo. El cielo y todo el espectáculo cósmico que sucede en él, es más nuestro visto a través del agujero
vertical de un patio. Muros, techos, columnas, propician la intimidad y sugieren
rincones para la contemplación, intensificando
nuestras relaciones con lo que nos rodea. La arquitectura, así concebida, está
lejos de significarse solo a si misma ni ser la consecuencia última de un
individuo o grupo humano que la concibió. La arquitectura se torna en personal,
en creación y recreación nuestra.
Todo ser
humano es un artista en potencia, pues es poco capaz de recibir los fenómenos
de forma pasiva, guarda en él un afán por reconstruir el mundo según sus necesidades,
las banales y las profundas, y en esos afanes termina reacomodando las formas y
los espacios para encuadrar la imagen justa que satisfaga la efímera necesidad
que su compleja condición humana le reclama.
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Edward Hopper. Sol de la mañana (1952) |
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