“Grandes ondas de silencio vibran en los poemas”
Gaston Bachelard
Cuando
advertimos la existencia de experiencias que no pueden ser definidas ni
verbalizadas, o peor aún, que en el intento por hacerlo terminamos disolviendo
la esencia de lo inefable, descubrimos en el silencio un recurso valioso para
custodiar, celosamente, lo que en algún momento fue conquistado. El silencio
posee grandes capacidades para conservar aquello que, expuesto a la intemperie
del mundo, termina por oxidarse y perder su brillo original; aquel brillo que cuando fue contemplado cegó
nuestra mirada prosaica y nos indujo a cerrar los ojos en busca de una
interioridad reflexiva desde la cual se atisba el mundo con mayor profundidad.
Visto así, el silencio es sobre todo una abstención.
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Vincent Van Gogh. Noche estrellada sobre el Ródano, 1888 |
Pero el
silencio también puede ser concebido como una entidad propia. En la música
incluso es representado y medido en base a su duración en medio de entidades
sonoras. Así, el silencio concebido como pausa basa su existencia en la
expectación. Si el silencio es una ausencia está cargado de significados, pues
se ha nutrido tanto de su contexto como de quien lo contempla en medio de un
estado de espera. El silencio como pausa es altamente vinculante, teje todo
tipo de tramas sonoras, algunas de ellas plenamente utilitarias, pero también
puede ligar desde la estética del ritmo y de la armonía proponiendo estructuras
donde se asienta la música y la poesía.
Si la
duración del silencio resulta ser una medida válida cuando se le cataloga como
pausa, se vuelve inútil al ser concebido como vía de introspección, pues para
este caso uno de sus recursos es lidiar con la idea de tiempo cronológico. El
silencio en este caso se mide en términos de profundidad. El silencio construye
territorios a diferentes niveles desde los cuales es más fácil interactuar con
nuestro yo. Desde estos territorios, en donde la materia y sus apariencias han
desaparecido, se vuelve más clara la verdadera esencia de las cosas y se pueden
entablar todos los diálogos con las voces apagadas por el ruido de lo
cotidiano.
Las
diversas formas de entender el silencio tienen depósito en la buena
arquitectura. El silencio como abstención ante lo inefable es fruto de la
experiencia extrema ante el edificio revelador, que utiliza su materia como
medio para transmitirnos verdades universales. Probablemente el mejor recurso
para el que tiene una experiencia trascendente con la arquitectura sea hacerse
uno con el recuerdo, guardarlo en su interior y no dejarlo salir.
Así mismo
el silencio se encuentra también entre toda la serie de símbolos que hacen nido
en la arquitectura y proponen un discurso cargado de su época. La arquitectura
de todos los tiempos crea un lenguaje propio, que además de significado tiene
una sintaxis particular, la cual sugiere el orden de las cosas. Este orden no
podría ser evidente sin la pausa, sin el vacío, sin el eficiente manejo del
silencio. En toda buena arquitectura habita la métrica del silencio.
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Louis Kahn. Salk Institute, 1965 |
Finalmente
alguna arquitectura es también vínculo para la introspección. Existen espacios
que nos sugieren deambular por las vías del silencio y así, de manera
inesperada nos vemos apagando nuestra voz acortando nuestros pasos y deteniendo
cualquier movimiento que pueda causar ruidosa fricción. Debe ser que estamos
entrando a los aposentos en donde habita intensamente el silencio y la única
manera de ser bienvenidos es ajustarnos a su ley. La ley de las voces apagadas
de antiguos habitantes atrapadas entre sus muros, que si bien ya no son
audibles vibran y nos envían un único mensaje: Silencio.
Muy buen articulo arquitecto, saludos desde República Dominicana.
ResponderEliminarGracias Orlando, un abrazo desde el Perú.
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