“La arquitectura es espacio dispuesto para albergar el
ser y sus objetos. Es un ordenador del mundo material e interviene en el
ordenamiento de la mente en tanto define el sentido de habitar”.
Alberto
Saldarriaga
Alentados por arcaicas facultades provenientes de un pasado en donde se intuía pertinente fusionar la estética con la predicción, seguimos satisfaciéndonos al hallarnos capaces de advertir las leyes que gobiernan a elementos que abandonando su apariencia unitaria se les percibe en armónica coexistencia; es decir, cuando distinguimos el orden.
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Cobertura de la pinacoteca moderna de Munich. Foto de Klaus Frahm. |
Desde los grandes órdenes como el cósmico, hasta los mínimos como el de la constitución de la materia, el ser humano se ha esforzado siempre para concebirlos como parte de una estructura mayor, capaz de otorgarle la estabilidad y coherencia que tanto su precaria condición como su diario vivir reclaman. La observación primordial de la naturaleza a través de sus diferentes escalas y desde disímiles ángulos le otorga el beneplácito de constatar que lo predecible puede ser más frecuente que el azar y corroborarlo anteponiendo las leyes que su propia constitución física le confiere estableciendo empatías con el mundo por simple principio de similitud.
Sin embargo,
estas señales parciales de orden que se revelan a manera de fragmentos, si bien
paliativos, no son suficientes para
hilvanar discursos totalitarios, o al menos coherentes del gran orden que rige
el universo y del cual el hombre tiene una necesidad constitutiva de percibir
al sentirse él un componente más. Sin embargo esta aspiración totalizadora es
imposible, es por ello que el hombre primitivo encontró en las leyendas, los
mitos y la propia visión poética del universo la manera útil para fusionar
elementos extraídos de diferentes niveles de realidad bajo un rostro, común y asimilable.
Sometido al
caos y resignando el cosmos el hombre contemporáneo común renuncia a cualquier
intento de atisbar un orden supremo con él como partícipe. Renuncia a un dios,
a los mitos a las leyendas, al lenguaje simbólico, a la poesía, al arte en
general y halla pobre consuelo sumergiéndose en las aguas superficiales de mundos imaginarios
programados a distancia o en el bálsamo de saber la existencia de una ciencia
que supuestamente tiene respuestas para todo pero que no aclara nada que sea de
utilidad para la constitución de su mundo personal.
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La Estandarización del hábitat contemporáneo. Foto de Andreas Gursky. |
Una de las
funciones primordiales de la arquitectura era precisamente hacer las veces de
artefacto ordenador. La disposición de sus elementos se convertía en pauta para
el advenimiento de órdenes no evidenciables sino a través de la materia dominada.
La resultante estética era sólo un añadido.
Desde que
la representación bidimensional de la arquitectura fue descubierta como recurso
compositivo y de contemplación el artefacto arquitectónico se aisló hasta
convertirse en simple objeto. Sus elementos constitutivos se organizaban en
función a las leyes propias del edificio y a esquemas abstractos muchas veces
imperceptibles una vez llevados a la escala real. Los afanes por la geometría,
la euritmia las relaciones de las partes con el todo, si bien dieron resultados
muchas veces fantásticos, fueron derivando en una atención casi exclusiva al
orden de las formas olvidando el verdadero potencial de ordenar también los
fenómenos.
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Panteón romano. Foto de Klaus Frahm. |
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