miércoles, 23 de noviembre de 2016

ORDEN


“La arquitectura es espacio dispuesto para albergar el ser y sus objetos. Es un ordenador del mundo material e interviene en el ordenamiento de la mente en tanto define el sentido de habitar”.


Alberto Saldarriaga

Alentados por arcaicas facultades provenientes de un pasado en donde se intuía pertinente fusionar la estética con la predicción, seguimos satisfaciéndonos al hallarnos capaces de advertir las leyes que gobiernan a elementos que abandonando su apariencia unitaria se les percibe en armónica coexistencia; es decir, cuando distinguimos el orden.


Cobertura de la pinacoteca moderna de Munich. Foto de Klaus Frahm.


Desde los grandes órdenes como el cósmico, hasta los mínimos como el de la constitución de la materia, el ser humano se ha esforzado siempre para concebirlos como parte de una estructura mayor, capaz de otorgarle la estabilidad y coherencia que tanto su precaria condición como su diario vivir reclaman. La observación primordial de la naturaleza a través de sus diferentes escalas y desde disímiles ángulos le otorga el beneplácito de constatar que lo predecible puede ser más frecuente que el azar y corroborarlo anteponiendo las leyes que su propia constitución física le confiere estableciendo empatías con el mundo por simple principio de similitud.

Sin embargo, estas señales parciales de orden que se revelan a manera de fragmentos, si bien paliativos,  no son suficientes para hilvanar discursos totalitarios, o al menos coherentes del gran orden que rige el universo y del cual el hombre tiene una necesidad constitutiva de percibir al sentirse él un componente más. Sin embargo esta aspiración totalizadora es imposible, es por ello que el hombre primitivo encontró en las leyendas, los mitos y la propia visión poética del universo la manera útil para fusionar elementos extraídos de diferentes niveles de realidad bajo un rostro, común y asimilable.

Sometido al caos y resignando el cosmos el hombre contemporáneo común renuncia a cualquier intento de atisbar un orden supremo con él como partícipe. Renuncia a un dios, a los mitos a las leyendas, al lenguaje simbólico, a la poesía, al arte en general y halla pobre consuelo sumergiéndose  en las aguas superficiales de mundos imaginarios programados a distancia o en el bálsamo de saber la existencia de una ciencia que supuestamente tiene respuestas para todo pero que no aclara nada que sea de utilidad para la constitución de su mundo personal.


La Estandarización del hábitat contemporáneo. Foto de Andreas Gursky.
Desde estos mundos frágiles, que así como se desvanecen se recomponen, el gran orden universal pugna siempre por manifestar su eternidad. Su fuerza reside en su origen no terrenal, pudiendo valerse de toda suerte de artefactos, arcaicos o contemporáneos para desvelar parcialmente su estructura y legitimar su presencia, pudiendo valerse, por ejemplo, de la arquitectura.

Una de las funciones primordiales de la arquitectura era precisamente hacer las veces de artefacto ordenador. La disposición de sus elementos se convertía en pauta para el advenimiento de órdenes no evidenciables sino a través de la materia dominada. La resultante estética era sólo un añadido.

Desde que la representación bidimensional de la arquitectura fue descubierta como recurso compositivo y de contemplación el artefacto arquitectónico se aisló hasta convertirse en simple objeto. Sus elementos constitutivos se organizaban en función a las leyes propias del edificio y a esquemas abstractos muchas veces imperceptibles una vez llevados a la escala real. Los afanes por la geometría, la euritmia las relaciones de las partes con el todo, si bien dieron resultados muchas veces fantásticos, fueron derivando en una atención casi exclusiva al orden de las formas olvidando el verdadero potencial de ordenar también los fenómenos.

Panteón romano. Foto de Klaus Frahm.
Así, sin desconocer el gusto que puede ofrecer el contemplar  una hermosa fachada, el verdadero orden de la arquitectura se encuentra en su capacidad de acompañar, enmarcar, direccionar, potenciar, ocultar, predecir, ralentizar, acelerar nuestro estar en un espacio y en consecuencia en el mundo. Es a través de la arquitectura en que los grandes órdenes se nos revelan y se muestran de manera hilvanada con nosotros como protagonistas.

Interior de la casa Malaparte en Capri, Italia. Foto de Klaus Frahm.




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